Mi madre

 

De la unión más estremecedora, a la separación y el desamparo. De la certeza y la claridad de quien es, al desconcierto y la incertidumbre de lo que expresa.

De ser una con ella, a sentirme una interferencia en la consecución de sus planes. De ser una luz en mi camino, a vivirla como un misterio por explorar.

Mi relación con ella ha ido evolucionando a lo largo de nuestra vida y aún me maravilla cómo a un ritmo vertiginoso hemos atravesado todo tipo de paisajes, recreando ambas los aspectos y facetas que consciente o inconscientemente decidíamos experimentar.

Además de Madre e hija explorando los matices de una relación materno-filial, somos dos buenas amigas compartiendo lo aprendido en los caminos recorridos buscando el sentido de nuestra vida. Y a pesar de las recíprocas confrontaciones, la resistencia y la separación que hemos podido vivir, a pesar del dolor y la impotencia que hayamos podido experimentar ante decisiones que parecían excluirnos, hemos constatado una y otra vez el poder de nuestra conexión.

Esa conexión que va más allá de madre e hija, esa conexión que nos permite apoyarnos en la sanación de las heridas, el reflejo de los auto-engaños, la rectificación y la corrección de errores. Esa conexión de Amor que nos mantiene unidas desde y para siempre.

En cada estación mi madre emerge incombustible unida a mi padre en ese amor devocional por la madre naturaleza, fuente de inspiración que desde niña me ha nutrido otorgando significado a mi vida en sus ciclos y estaciones.

Comparto con ella ese quedarnos perplejas y sorprendidas ante cualquier detalle por minúsculo que sea, que inunda de belleza cualquier momento del día y nos deposita en el corazón devolviéndonos al amor que existe tras el velo de la creación. De repente una conversación tediosa se interrumpe por la danza de una mariposa o la presencia de una flor. Entonces nos miramos y ya no somos las mismas: los ojos nos brillan, el corazón se expande y hemos perdido el interés por seguir a nuestras mentes. Toma relevancia el presente y la conexión que nos une más allá de su visión o la mía acerca de cualquier tema; y no es la flor, ni el cielo, ni la mariposa, y no es mi voz, ni su sonrisa, ni es el sol, ni la luna, sino la gloria de ese instante de sincronicidad y comunión en el que la vida recobra su sentido.

Mi madre y yo, dos identidades que se encuentran y desencuentran. Dos identidades que mueren en la eternidad del Verdadero Amor.